Fue hace
ya más de 15 años. El último Día del Padre que pasé con el mío. Quería
agasajarlo en el mejor restaurante con su comida favorita, pensé en unos
langostinos y una botella de Federico Paternina, el vino con el que conmemoraba
los éxitos de nuevos trabajos como locutor, actor o abogado. “No gastes”, me
advirtió, lo único que puedo tolerar son unos huevos revueltos.
Le habían
recetado pastillas para una castración química. Las células cancerosas, se
decía entonces y ahora, se alimentan de la testosterona y hay que extirpar los
testículos, o al menos su función, para
evitarlo.
Entre los
efectos secundarios más leves del tratamiento figuran bochornos, reducción de
los genitales e irritación de las tetillas; los más severos son anemia, dolor
de huesos, estreñimiento, cansancio y depresión. Todo esto debilita a los
pacientes y les quita ánimo para enfrentar el cáncer.
A mi
amigo Armando Salgado lo considero un héroe, no por ser mi amigo, sino porque
entre otras actividades profesionales, fue el único que pudo documentar el uso
de rifles de alto poder contra alumnas de la Escuela Normal de Maestros el 10 de junio de 1971.
Hasta la
fecha el genocidio ha quedado impune y persiste la versión oficial de que sólo
hubo un enfrentamiento y que los “halcones” solo estaban armados con varas de bambú.
Una fotografía de Armando Salgado, captada desde la azotea de un edificio donde
se ocultó es la única prueba irrefutable del Crimen de Estado.
Armando
Salgado tiene cáncer y sus amigos y familiares hemos hecho lo posible porque
reciba el mejor tratamiento posible en el Instituto Nacional de Cancerología,
pero en el nivel de admisión las cosas dejan mucho que desear.
Hay
intentos de “coyotaje”, término que usamos en México para referirnos al
ciudadano que acude a solicitar servicios públicos y es remitido a
profesionistas particulares. No hay protocolos básicos para respetar la dignidad,
así que el paciente, hambriento y en ayunas, puede estar siendo sometido a un
tacto rectal, mientras observa a una enfermera gorda devorar una torta.
No será
hasta que acceda al hospital, para lo cual pueden pasar varios meses, mientras
avanza el cáncer y se produce la mestástasis, que el paciente podrá saber que
ya está en las mejores manos, con los especialistas más doctos.
Radiación,
quimioterapia, criocirugía o bisturí,
son los tratamientos más frecuentes pero en todos los casos el protocolo indica
castración.
El tratamiento
menos empleado sería el menos invasivo, la vacuna. El problema es que esta
opción se recomienda para cuando el cáncer de próstata apenas se manifiesta y
para ser admitido en el Instituto Nacional de Cancerología hay que llevar
laminillas y bloques de parafina y prácticamente demostrar que la persona ya
está muriendo y con metástasis para que le den el pase a primera consulta.
En México
como en Cuba y en Gran Bretaña ya tienen los primeros estudios de tratamientos exitosos
contra el cáncer de próstata. En términos simples se trata de inhibir las
proteínas que alimentan a las células cancerosas, o en otras palabras, que estas
se mueran de hambre.
En
España, inoculando un tetrahidrocanabinoide, procedente de la planta de marihuana,
un bioquímico ha logrado no reducir, sino erradicar completamente los tumores
cancerosos de ratas de laboratorio.
Y en Cuba
ya están en la tercera fase de investigación de una nueva vacuna que ataca las
células cancerosas. Así al menos retrasan el método bárbaro de la castración, con
el cual, cambian una enfermedad por otras, menos graves, pero que igual
deterioran terriblemente la calidad de vida y acaban con la fuerza, serenidad y
paciencia que necesita el enfermo para enfrentar el cáncer.
Prácticamente
hasta la muerte, y aún tras haber renunciado a las relaciones sexuales,
testículos y glándulas suprarrenales, seguirán produciendo andrógenos y
haciéndonos a todos los varones candidatos a la hiperplasia benigna o al cáncer
de próstata.
Si usamos
o no esos estrógenos, si se es fotógrafo corresponsal de guerra o el Papa, de
cualquier manera estarán haciendo crecer la próstata.
Los
científicos cubanos, creadores del tratamiento denominado Heberprovac ya se
superaron a sí mismos y están en la tercera fase del medicamento Zoladek, una
variante de la vacuna para tratar este azote de los hombres maduros.
Por favor
no nos esperemos a que la FDA, la administración de las drogas en Estados
Unidos nos dé la bendición. Para entonces muchos pacientes habrán muerto y no
completos, sino castrados. Quienes hayan visto la película “Dallas Buyers Club”
sabrán que fue en México donde se desarrolló el coctel de vitaminas que
prolongó la vida de los pacientes de SIDA, mientras en Estados Unidos
experimentaban con dosis mortales de AZT.
Son
latinoamericanos y no científicos de países legendariamente más desarrollados
los que han descubierto las plantas y medicamentos que mejor pueden combatir el
cáncer.
Armando
Lenin Salgado, el legendario fotógrafo del Halconazo está vivo y dispuesto a
experimentar con los últimos descubrimientos de la ciencia. No nos esperemos a
que el PRD publique su esquela y condolencias, que, por cierto, es lo único que
han ofrecido a sus militantes y simpatizantes cuando enferman de cáncer.